¿Por qué miente Donald Trump?
NUEVA YORK.EUA.— Todas las distopías imaginadas en el siglo XX ocupan la lista de libros más vendidos en EEUU: el consumo de ‘1984’, ‘Un mundo feliz’, ‘El cuento de la criada’ o ‘Eso no puede pasar aquí’, donde un demagogo fascista gana las elecciones presidenciales, indica la ansiedad de una parte del país. Su necesidad de entender, aunque sea a través de la ficción, por qué su presidente parece divorciado de la realidad.
El río de falsedades que mana del presidente Donald Trump y de sus portavoces crece todos los días. Una colección de cosas que no ocurrieron, o que ocurrieron al revés, y que pese a no sostenerse en ningún tipo de dato u observación empírica siguen siendo repetidas o justificadas públicamente por el Gobierno.
Antes de nada, claro que todos los políticos tergiversan los hechos, o los ocultan, y a veces mienten. Según el portal Politifact, que mide la veracidad de las declaraciones de políticos, en torno al 25% de lo que dice Barack Obama es falso o bastante falso. Es la media. Una media que Donald Trump ha pulverizado; su falsedad marca el 70%. ¿Por qué?
Hay dos teorías: la primera teoría es que Donald Trump no miente, sino que dice falsedades. Son dos cosas diferentes: el mentiroso sabe que está mintiendo, pero cabe la posibilidad de que Donald Trump realmente se crea sus declaraciones. Por ejemplo, que perdió el voto popular en noviembre por la participación ilegal de entre tres y cinco millones de inmigrantes sin papeles. Una acusación infundada (e inverosímil).
Es posible que el presidente sólo repita lo que lee en determinadas webs. La acusación de fraude electoral viene de un artículo publicado por Infowars una semana después de las elecciones, a partir de un tuit del fundador de la aplicación VoteStand, Gregg Phillips, que se ha negado a explicar cómo llegó a esa conclusión.
Infowars es un portal conspirativo y de extrema derecha dirigido por Alex Jones, un locutor de radio que en los últimos años ha denunciado, entre otras cosas, que los atentados de Oklahoma City y las Torres Gemelas, y la matanza de 20 niños a manos de un adolescente en la escuela Sandy Hook en 2012, fueron organizados por el Gobierno de EEUU. Donald Trump ha aparecido en el programa de Alex Jones y este ha presumido recientemente de que el presidente sigue sus consejos. “Es como si Alex Jones fuera presidente, ¿vale?”, declaró el propio Jones en este vídeo.
«Severo trastorno narcisista»
Así que Donald Trump no mentiría, sino que repetiría la desinformación que lee en portales como Infowars o Breitbart News, que ha citado en sus entrevistas. Esto explicaría su visión, inspirada en datos falsos, de un país cayéndose a pedazos.
El problema es que el presidente niega también cosas fácilmente verificables, como por ejemplo el número de gente que acudió a ver su investidura. Su portavoz aseguró que se juntó más gente que nunca en la historia, “y punto”, cuando las fotografías, las imágenes aéreas, el número de viajes en metro de ese día, y los testigos y los medios que estuvieron allí, incluido El Confidencial, corroboraron lo contrario.
El presidente no sólo dice falsedades para protegerse o reforzar su posición, o para atacar a sus adversarios, o para justificar sus políticas con datos falsos de crimen o terrorismo. También lo hace con detalles que no tienen ninguna importancia. Por ejemplo, la lluvia. El día de su investidura llovió. Llovió encima de Trump mientras daba el discurso. Llovió sobre los paraguas y chubasqueros a su alrededor. Llovió sobre los cientos de miles de personas que estaban allí. Al día siguiente, Trump lo negó.
Aquí nace la segunda teoría: Donald Trump miente. Puede ser de manera, también, casi involuntaria, por un supuesto trastorno de la personalidad, como han denunciado 35 psiquiatras en una carta abierta (quebrantando la “norma Goldwater” de no analizar a un personaje público sin antes tratarlo en persona). Un “severo trastorno narcisista” que le hace “distorsionar la realidad para adaptarla a su estado psicológico, atacando los hechos y a aquellos que los proporcionan: periodistas y científicos”.
O puede ser un método. “La enorme frecuencia, espontaneidad y aparente irrelevancia de sus mentiras no tiene precedentes”, escribe María Konnikova, periodista y doctora en psicología, y añade que, para Donald Trump, mentir es más que una táctica, es un “hábito enraizado”. Una manera de fabricar a su alrededor un mundo fugaz, voluble, alternativo, cambiante en función de las circunstancias. Y un arma política.
Victoria por saturación
Según un estudio del profesor Daniel Gilbert, de la Universidad de Harvard, el cerebro humano es muy vulnerable a la mentira. Para poder entender una afirmación, el cerebro efectúa dos pasos: primero acepta la afirmación, aunque esta no tenga sentido, y luego trabaja racionalmente para verificarla. Este proceso de verificación requiere un esfuerzo. Cuantas más mentiras nos cuentan, más esfuerzo tenemos que hacer, hasta que nuestro cerebro se cansa, baja la guardia y acaba aceptando lo que le echen.
Cuando hay “escasez de tiempo, energía o evidencias concluyentes”, dice Gilbert, el cerebro “puede no ser capaz de rechazar las ideas que ha aceptado involuntariamente”. Los gobiernos saben que “las creencias son inoculadas más fácilmente cuando los recursos cognitivos del creyente han sido desmontados”, escribe. Lo cual se logra mediante la privación de sueño, la confesión forzosa repetida muchas veces, o la exposición constante a mentiras. “Cuando estamos sobrecargados de declaraciones falsas, o potencialmente falsas, nuestros cerebros se saturan tan rápidamente que dejamos de intentar cribarlo todo”, añade Konnikova.
Otro método para distorsionar la percepción de la realidad es la mera repetición, aquella máxima de que “una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad”. Un experimento de 1977 pidió a 40 estudiantes universitarios que calificaran de verdaderas o falsas una serie de afirmaciones. A lo largo de los días, varias afirmaciones falsas acabaron siendo etiquetadas como verdaderas a fuerza de repetición. Esto ha sido confirmado por estudios como este: “Las noticias falsas crean memoria falsa”.
Este análisis no es nuevo. El estudio de los diferentes totalitarismos del siglo XX deja observaciones parecidas. Mussolini también inventaba cifras y acontecimientos; Stalin falseaba hasta la fecha de su cumpleaños; y el maestro de la propaganda, Joseph Goebbels, llevó la manipulación de las masas al paroxismo.
Consciente o inconscientemente, Trump usaría esa técnica. El bombardeo de falsedades desde su posición de autoridad borra día a día la frontera entre lo que es verdad y lo que no. Machaca la percepción pública hasta hacerla una papilla donde cualquier escándalo se disuelve en el cinismo, que es la actitud natural de un cerebro agotado. Según Konnikova, esta forma de actuar del liderazgo nacional acabará permeando la conciencia de los ciudadanos, e instalará en Estados Unidos el clima moral de Rusia.
Mentiras como prueba de lealtad
Otros análisis le dan a la mentira un uso más prosaico. El profesor Tyler Cowen afirma que obligar a los subordinados a mentir es una forma de probar su lealtad. Cuando el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, convocó una rueda de prensa por sorpresa para acusar a los medios de mentir y reiterar, con todas las pruebas en contra, que la investidura había batido récords, lo que hacía era probar su lealtad al jefe. Es una forma de “minar su posición independiente, incluida su posición con el público, los medios y otros miembros de la administración”, escribe Cowen. “[Mentir] hace que sean más dependientes del líder y menos propensos a rebelarse”.
Igual que la asesora Kellyanne Conway, autora del concepto “hechos alternativos”. Conway llegó a inventarse en directo una “masacre” terrorista para justificar el veto del visado a siete países de mayoría musulmana. Su propensión a mentir ha hecho que varios medios, como MSNBC, la veten por considerar que “ya no es fiable”.
Ezra Klein, de Vox.com, dice que mentir es una estrategia para destruir la confianza del país en la prensa. Al mentir a diario, Trump hace que los medios le denuncien a diario, y se crea una confrontación: el Gobierno contra los medios de comunicación (o, como dice Trump, “el partido de la oposición”). Se crea un clima tenso y polarizado, lleno de acusaciones, que obliga al periodismo a tomar partido contra el presidente, abandonando forzosamente cualquier aura de imparcialidad.
“La Administración Trump quiere convencer a sus seguidores de que no pueden confiar en nada de lo que digan los medios”, dice Klein. “Deslegitimar instituciones que pueden transmitir hechos incómodos o dañinos para el presidente es importante para una administración que ha hecho muchas promesas imposibles. También le da un cabeza de turco para sus luchas continuas con la opinión pública y eventualmente con la realidad”.
Es decir, Donald Trump intentaría arrastrar a los medios al barro para quitarles credibilidad y que terminen siendo inofensivos. Unos medios tradicionales que ya sufren el nivel más bajo de confianza jamás registrado. Según Gallup, sólo el 32% de los estadounidenses confían en ellos; entre los votantes conservadores, el 14%.
Observen, sin ir más lejos, este artículo. El sólo hecho de escribirlo ya parece un ataque frontal, politizado, vicioso, contra Donald Trump. Pero horas antes de escribir estas líneas, el presidente, hablando de ataques terroristas en un mitin, mencionó Suecia, donde no había pasado nada parecido. Cómo funciona la cabeza del presidente sigue siendo un misterio.
(Fecha de publicación 21022017)