Así llegó la intolerancia a la presidencia
OPINION. JACOBO DAYÁN. REUTERS.— La campaña política se basó en recuperar la grandeza que se tuvo y que se esfumó en los últimos años, restablecer el orden perdido, abatir el desempleo, mejorar las condiciones económicas que el nuevo orden había deteriorado, contrarrestar los intereses internacionales que la clase política local había consentido y que llevaron a una pérdida de poder económico, recuperar la nación para los locales, expulsar a los extranjeros, responsabilizar a colectivos religiosos y nacionales de los males, echar fuera a los políticos tradicionales que corrompieron la vida política, apelar al miedo y al resentimiento, enarbolar un discurso de odio, retomar el poderío militar que había decaído y reconstruir la nación abandonada por años.
La sociedad estaba dividida, más de lo que se creía. Para unos el candidato era un tonto sin ideas, los medios se burlaron de él, la comunidad internacional no prestó atención hasta que fue muy tarde, los especialistas no lo tomaban en serio. Imposible que llegara a la presidencia de una nación poderosa.
Sin embargo, la sociedad mostraba signos de hartazgo contra los políticos tradicionales, partidos enfrascados en sus problemas y no en los de una mayoría silenciosa, una mayoría de clase media y media baja de zonas rurales alejada de los grandes centros de población y un sector importante de la sociedad religiosa conservadora que se horrorizaba con las transformaciones sociales y políticas de su tiempo.
Una sociedad con miedo del exterior, amenazada por la inseguridad y un entorno que, según ellos, apuntaba al desastre. Grandes colectivos sin confianza en las instituciones que habían mostrado su incapacidad y partidos políticos con agendas lejanas a la sociedad.
Un candidato que empezó a moverse demasiado rápido con un discurso que parecía demencial y suicida pero que encontraba eco entre sectores alejados de las percepciones de los medios y los especialistas que aseguraban la derrota.
El abandono de grandes sectores generó una falta de fe en el futuro. La enfermedad que se veía más palpable en buena parte de Europa tomó cuerpo en este candidato. Las escenografías de sus mítines apelaban a un ultranacionalismo poderoso. La rebelión de los sectores menos educados y más resentidos por las políticas de los últimos años comenzaba. La ya larga injusticia social, el preservar privilegios a ciertas clases y el fracaso de un modelo económico cobró factura.
El candidato era síntoma y pretendía ser solución. Una mezcla extraña entre derecha populista e izquierda nacionalista con tufo racista y anti liberal que abrevó de corrientes europeas similares.
Se pensaba que nunca ganaría y cuando lo hizo hubo quienes pensaron que se moderaría.
Así llegó al poder Adolfo Hitler.
El 9 de noviembre fue una fecha que marcó la vida del dictador fascista. El 9 de noviembre de 1918 se proclamó la República de Weimar marcando el fin del Imperio alemán. El 9 de noviembre de 1923 Hitler intenta un golpe de estado que lo lleva a prisión. El 9 de noviembre de 1938 inicia la persecución violenta contra los judíos con los eventos de la Noche de los Cristales Rotos. Los efectos de la guerra se terminaron el 9 de noviembre de 1989 con la caída del Muro de Berlín.
Para los que gustan de las coincidencias, el 9 de noviembre de 2016 fue declarado ganador Donald Trump. No pretendo argumentar que los fines de ambos políticos son similares; sus motivaciones y plataforma sí lo son.
(Fecha de publicación 10112016)