Barbie paramédica hace oportuno rescate tras accidente en EE. UU.
Las emergencias ocurren en cualquier lugar y en cualquier momento y, a veces, los profesionales médicos se encuentran en situaciones en las que son los únicos que pueden ayudar. ¿Hay un médico en casa? es una serie de Medscape Noticias Médicas que cuenta estas historias.
El 23 de julio de 2023 fue el día en que me desperté y decidí tomar una difícil decisión: continuar o no con mis estudios de medicina de emergencias, dice Mia Soviero
He luchado con problemas de salud mental toda mi vida y dos semanas antes me habían diagnosticado un trastorno de estrés postraumático debido a una agresión sexual.
Mis síntomas habían estado afectando mi rendimiento en mi clase de certificación de paramédico. En el transcurso de unas pocas semanas, había pasado de ser una de las estudiantes más comprometidas y con más conocimientos de la clase a una de las más distraídas. Fue increíblemente frustrante recibir otro diagnóstico que me entorpecía el camino.
Acababa de estrenarse la película de Barbie y decidí ir a verla con mi madre. Quería divertirme, así que me puse un vestido de tul rosa intenso en capas para la ocasión.
De camino al cine, tuve otro de mis ataques de pánico provocados por el trastorno de estrés postraumático y sentí como si estuvieran tomando la decisión por mí. Cuando salimos del cine estaba segura de que no me quedaba más remedio que renunciar a mi certificación de paramédica.
Volvíamos a casa por la autopista cuando, justo delante de nosotros, un automóvil que circulaba por el carril derecho chocó con un vehículo abandonado en el arcén. El automóvil dio vueltas y se estrelló contra el borde de cemento de la autopista. Vi cómo se desplegaban las bolsas de aire y se detenía en diagonal en el carril derecho.
Soviero vestida de Barbie a la salida del cine, horas antes del accidente
«Para el coche», le dije a mi madre. «Alguien podría estar herido».
El arcén de la autopista era muy estrecho y mi madre temía que nuestro auto también recibiera un impacto si nos parábamos. Pero yo no acepté un no por respuesta y nos estacionamos. Le dije que llamara al 911 y me bajé.
Estaba oscuro y el tráfico circulaba por los tres carriles de la autopista. Los autos esquivaban a duras penas al que se había estrellado.
Pensé: Lo van a chocar de nuevo. De repente, tuve la certeza de que quienquiera que estuviera en ese auto podría morir si no lo sacaba.
En cuanto se interrumpió el tráfico, corrí hacia el auto. Había cristales y escombros esparcidos por el suelo y mis tenis crujían al acercarme. Agradecí haberme decidido por los tenis en lugar de los zapatos de tacón que había planeado llevar.Una joven salió dando tumbos por la puerta de copiloto. Se sentó en el suelo, sin darse cuenta de los cristales que había por todas partes. Llevaba pantalones cortos y tenía las piernas al descubierto. Me di cuenta de que estaba conmocionada.
«¡Hola!», grité, corriendo y poniéndome en cuclillas a la altura de sus ojos. «Soy Mia, me estoy formando como paramédica. Vine a ayudarte».
La joven sollozaba mientras me miraba. Le hice preguntas mientras la examinaba visualmente. Me dijo su nombre. Le pregunté si creía que estaba herida y me dijo que no. Me explicó, con frases entrecortadas, que ella no había visto a tiempo el auto abandonado.
Cuando llegué a la conclusión de que no estaba gravemente herida y que estaba orientada en tiempo, lugar y persona, le dije: «Tengo que sacarte de aquí, ¿de acuerdo? Vienen coches y no quiero que te atropellen». La levanté.
Temblaba tanto que apenas podía andar. Apoyé su peso en mi costado y la ayudé a acercarse a mi auto.
Solo habíamos avanzado unos metros cuando se produjo un enorme choque detrás de nosotras. Un coche, luego otro y después un tercero chocaron con su vehículo.
Dos de ellos cruzaron la autopista bloqueando los carriles central e izquierdo. El otro coche había aplastado el suyo contra el borde de cemento. Ahora estaba en el carril derecho.
En el lugar exacto donde había estado sentada momentos antes.
Miró hacia atrás y empezó a llorar aún más fuerte. «Dios mío», dijo. «Podría haber muerto».
La ayudé a subir al asiento trasero de mi coche. No llevaba conmigo el equipo de emergencias médicas, así que tuve que realizar una evaluación traumatológica sin este. Sabía que sus vías respiratorias eran permeables porque hablaba, así que procedí al resto de la evaluación: comprobación de los orificios y los pulsos, palpación, inspección y evaluación de todo el cuerpo en busca de hemorragias y deformidades.
Aparte de los pequeños cortes en las piernas por el cristal y el hecho de que estaba claramente conmocionada, parecía estar bien, lo cual era un milagro.
Oí las sirenas cuando llegaron la policía y las ambulancias y empezaron a ayudar a los demás conductores. Rodeé los hombros de la muchacha con una manta que encontré en el asiento trasero e intenté sacarla de su conmoción distrayéndola con más preguntas.
«Es mi primer accidente automovilístico», me dijo. «Solo tengo 20 años. Conducía a casa desde la universidad».
Veinte años. Era más joven que yo. Podría haber sido yo. Finalmente, su pulso se normalizó y su respiración se hizo más regular. Fue entonces cuando se fijó en mi atuendo. «¿Por qué estás vestida así?», me preguntó. Me reí. «Vengo de ver la película de Barbie. ¿Ya la viste?». No la había visto. Hablamos de lo que me pareció la película y de lo emocionada que estaba por verla. Eso la mantuvo tranquila hasta que llegaron los paramédicos.
Les di mi informe y todos nos reímos un poco de mi ridículo vestido. Empezaron a acompañar a la paciente a la ambulancia y, de repente, se volvió y me abrazó. «Gracias», me dijo.
Mi madre y yo nos quedamos un rato en el lugar de los hechos para prestar declaración a la policía. Mi madre estaba tan conmocionada por la experiencia que no podía conducir, pero yo me encontraba llena de adrenalina.
En menos de una hora había vuelto a tomar mi decisión sobre la certificación de paramédica. Esta experiencia me había recordado que no podía vivir feliz sin utilizar mis conocimientos médicos para ayudar a los demás. Me sentía más viva y más yo misma cuando estaba sobre el terreno que haciendo cualquier otra cosa.
Al día siguiente, volví a mi clase y me gradué con una puntuación perfecta en mis evaluaciones prácticas.
Hace unos meses, oficialmente dejé de cumplir los criterios diagnósticos de trastorno de estrés postraumático. Hoy, estoy preparando mis solicitudes para la facultad de medicina. Si no hubiera estado en el lugar adecuado en el momento adecuado para ayudar a esa joven, probablemente habría renunciado a mi sueño de ser médica de emergencias. En cambio, he aprendido una lección vital: que no importa lo que la vida me depare, nunca será más fuerte que mi inquebrantable deseo de convertirme en médica.
Mia Soviero es paramédica, investigadora en neurociencia y estudiante de medicina del Barnard College de la Columbia University.
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Fecha de publicación lunes 1 de abril de 2024/ Medscape