Comunicación que incomunica
“Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (Luis Vives).
HERMOSILLO, SONORA.MX. JOSÉ DARÍO ARREDONDO LÓPEZ. — La comunicación, gracias a las nuevas tecnologías, se vuelve más ágil, masiva y global en estos tiempos maravillosos en los que cualquiera, desde la comodidad de su hogar, puede compartir noticias, chismes, frustraciones, perversiones, complejos, premoniciones, sospechas, inclinaciones, tendencias, aberraciones lúdicas, supuestos y excrecencias ideológicas, en un caldo que, de tan denso, resulta indigesto cuando no intragable. Lejos de comunicar, se incomunica. Más que informar, se desinforma.
Supongo que muchos de los lectores participan en uno o varios grupos de conversación (chat), donde se establecen diálogos o piezas informativas que tienen que ver con las afinidades profesionales, gremiales, familiares, políticas o religiosas, en busca de actualizaciones, noticias de interés o nuevos filones de humor y ocio informatizado. Seguramente usted es capaz de discernir entre un espacio de cotorreo inocuo e intrascendente, sea familiar o amistoso, y otro dedicado a los asuntos del trabajo, la asociación, el sindicato o cualquier organización que busque informar y contactar a sus miembros en forma fluida y expedita.
No dudo que usted sea capaz de respetar la naturaleza del medio de comunicación de que dispone y seguramente tiene claro qué conducta se espera de quienes simplemente digitalizan su ocio, a diferencia de los que ingresan en sitios reservados a usos institucionales y actúan en consecuencia. Al respecto, es claro que la madurez y la inteligencia de los usuarios se manifiesta con absoluta claridad mediante su forma de participar, en obvio a las características del medio que utilizan. Una acción fuera de los propósitos explícitos del medio es, sin duda alguna, un despropósito; irrespeta y violenta las reglas del juego comunicativo y, en ese sentido, propicia la incomunicación.
Cabe aclarar que a nadie se impide decir simplezas y sostener necedades; postular creencias religiosas y compartir arrebatos místicos que insinúan algún torvo afán evangelizador; colmar el espacio de fotos editadas con mensajes cursis o simplemente ridículos, o dedicadas a estimular el morbo y exhibir el subdesarrollo mental y emocional de quien comparte. Las expresiones de un sentido del humor presa de conflictivas psicosexuales no resueltas, de filias y fobias encapsuladas en manifestaciones cercanas a la oligofrenia, de fijaciones bajunas, de simple y llana vulgaridad, pueden tener cabida en espacios expresamente anfitriones de basura, porque el derecho a la pestilencia intelectual seguramente cuenta como derecho humano reivindicable por la Comisión Nacional de Derechos Humanos o la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
¿Usted vería bien que en un espacio institucional se desatara una epidemia de saluditos ñoños, chistecitos varios, cuadritos con bendiciones y chismes diversos? ¿No sería más prudente reservar este tipo de publicaciones a chats de carácter trivial o informal que respondan a formas de sociabilidad rudimentaria?
Por otra parte, la apertura indiscriminada de un chat, (en el sentido de admitir cualquier contenido), creado para responder a las necesidades de información y comunicación de un grupo unido por objetivos formales comunes, si bien es cierto que aparenta libertad, democracia e inclusión, acaba por caer en la ciénaga del capricho, la intrascendencia, el berrinche, la manipulación y la exclusión por hartazgo, por el cansancio de sus usuarios y pronto deja de cumplir sus fines. Se convierte en un medio de incomunicación y desinformación de sus integrantes. La auténtica expresión de la libertad es cuando la acción responde a la necesidad informativa de los usuarios de un medio. Lo demás es banal, superfluo y empobrecedor. ¿Para qué envilecer la inteligencia con la vacuidad del abuso? Y usted, ¿ya vació su chat?