La Aspirina, uno de los cinco inventos imprescindibles legados por el siglo XX
María Fernández Rei
Patentada en 1899 por la empresa alemana Bayer, el “analgésico de bolsillo” que conocemos como “Aspirina” está dentro del Libro Guinness de los Récords.
Desde su nacimiento, este elixir «curalotodo» se ha convertido en el fármaco más conocido y popular del planeta. Ha viajado a la Luna y fue elegido (junto al automóvil, la bombilla, la televisión y el teléfono) como uno de los cinco inventos imprescindibles legados por el siglo XX.
Es rara la casa donde no existe un envase de alguna de las formas de dicho medicamento o de alguno de sus genéricos, pero pocos saben la discutida autoría de la composición de Aspirina que hoy día consumimos.
Su principio activo, el ácido acetil salicílico (AAC), fue sintetizado dos años antes de la salida a la venta de la Aspirina por un joven químico alemán que trabajaba en la empresa farmacológica Bayer: Felix Hoffmann, que se sitúa en la fecha exacta del día 10 de agosto de 1897.
Hay versiones que dicen que estaba buscando un remedio para la artritis reumatoide que padecía su padre e incluso otras discuten que haya sido él el artífice de la sintetización del AAC.
Todo comenzó cuando en Friedich Bayer fundó en 1861, la que iba a ser la primera compañía química que realizara trabajos de investigación en Alemania: Bayer. En la década de los ochenta decidió crear laboratorios con este objetivo, en sus nuevas instalaciones de Leverkusen.
En 1891 ya disponía de una docena de químicos en su laboratorio de investigación y como jefe de la División Química se encontraba Arthur Eichengrün, que durante los doce años que permaneció en la compañía dirigió la síntesis del ácido acetilsalicílico y de la diacetilmorfina o heroína.
Durante su estancia en Bayer, Eichengrün, decidió encargar a Hoffmann, su ayudante de laboratorio, la síntesis de dos fármacos de interés, con problemas de tolerancia.
El primero fue el ácido salicílico, que con un sabor amargo intenso y con su capacidad para producir vómitos, convertía en francamente molesta la toma del medicamento por el paciente reumático.
El segundo, la morfina, con sus problemas de dependencia, siempre ha motivado la búsqueda de un opiáceo sin este efecto tóxico.
El 10 de agosto de 1897, Hoffmann preparó el AAS, consiguiendo mejorar la pureza del producto terminado hasta la calidad farmacéutica. Dos semanas más tarde, preparó la heroína.
Ambos productos fueron enviados a H. Dreser, el Jefe de Farmacología, que cuando probó ambos productos quedó tan impresionado con el segundo que rechazó el AAS, alegando que era cardiotóxico.
Profundamente disgustado por el rechazo, Eichengrün decidió ser el primero en probar el producto, por lo que comenzó a consumirlo él mismo.
Cuando comprobó que no le había afectado el corazón, repartió muestras del fármaco a varios médicos de Berlín, entre ellos varios odontólogos, que evaluaron muy positivamente el resultado clínico, a pesar de lo poco ortodoxo del ensayo. Uno de los médicos comentó directivos de Bayer la validez del medicamento, y los convenció para que se iniciase la evaluación del AAS en animal de experimentación.
El trabajo de laboratorio demostró el perfil farmacológico esperado y se realizaron ensayos clínicos en Berlín y en Halle, que demostraron que el AAS era tan eficaz como el ácido salicílico, pero mucho mejor tolerado al carecer de los efectos indeseables de éste.
A la vista de los resultados clínicos, Bayer consideró la posibilidad de comercialización del AAS.
¿El químico olvidado?
Se cree que la falta de reconocimiento del mérito de Eichengrün en el descubrimiento de la aspirina se debe a su salida de Bayer y el hecho de ser judío, por lo que los nazis, a principio de los años treinta, decidieron cambiar la historia y dar todo el crédito del hallazgo a su ayudante, el ario Hoffmann.
Eichengrün fue un hombre rico cuya empresa colaboraba –estaba casado con una mujer aria– con el régimen nazi, hasta que en 1943 cayó en desgracia y le condenaron inicialmente a cuatro meses de prisión para, finalmente, ser recluido en el campo de concentración de Theresienstadt, donde sufrió catorce meses, hasta que fue liberado por las tropas soviéticas.
En el año 1949, el propio Eichengrün publicó en la revista Pharmazie un artículo donde describió la verdadera historia del fármaco en el que explica que Hoffmann se limitó a seguir sus instrucciones, sin incluso saber el objetivo del trabajo, y que desde luego el medicamento no hubiera salido al mercado en 1899, si él no se hubiera esforzado.
La investigación de los cuadernos de laboratorio de Bayer parece que ha demostrado que la historia de Eichengrün es verdadera.
(Fecha de publicación 09082017)