Nov 21, 2024

Por qué la muerte de las niñas de Guatemala nos debe avergonzar como sociedad

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CIUDAD DE MÉXICO. MX. LESLIE LEMUS. — Existen coincidencias trágicas. El 8 de marzo de 2017 las mujeres del mundo parábamos para decir ¡no sin nosotras! y ¡ya basta contra nosotras! Hacíamos memoria y actualización de nuestras luchas.

La mañana de ese día, en Guatemala, un grupo de niñas y adolescentes de entre 13 y 17 años también alzaron su voz y pusieron el cuerpo para detener la violencia física, psicológica y sexual de la que eran objeto por parte de agentes estatales.

Aún están por investigarse y aclararse los hechos ocurridos esa mañana en el «Hogar Seguro Virgen de La Asunción». Lo cierto es que se produjo un incendio, producto del cual han muerto varias de ellas. Sí, de esas que se rebelaron. A casi dos semanas el número exacto de fallecidas no se ha podido determinar -entre 40 y 43-, otras permanecen heridas de gravedad o desaparecidas. Hay registro inexacto de sus nombres. Se reporta que al menos nueve de las sobrevivientes están embarazadas, probablemente resultado de las violaciones sexuales que vivieron. Desde cualquier punto de vista, lo anterior constituye una violación a los derechos, la dignidad y la vida humana.

Me tomó más de veinticuatro horas reaccionar. Cuando se ha crecido en una sociedad del exceso, como Guatemala, una se anestesia un tanto como mecanismo de defensa y estrategia de sobrevivencia. Cuando por fin empecé a caer en cuenta, en medio del ruido mediático y las voces de indignación, me vino una pregunta ante los ojos como un letrero gigante en neón: ¿Qué nos habita para ser capaces de cometer y permitir estos horrores?

«Cuando se ha crecido en una sociedad del exceso, como Guatemala, una se anestesia un tanto como mecanismo de defensa y estrategia de sobrevivencia».

Inmediatamente se colocó una consigna: fue un crimen de Estado. Comparto esa apreciación, pero no me basta, es abstracta. El Estado guatemalteco se ha caracterizado históricamente por excluir a las mayorías y negarles los más elementales derechos. Adicionalmente, sostengo que hay responsabilidades concretas que deben ser deducidas y asumidas social, política y penalmente.

Seguí preguntándome ¿Qué se cruzaba en la cabeza del agente de Policía Nacional Civil que portaba la llave del candado de la habitación de 4×4 metros en la que habían encerrado a más de sesenta niñas cuando las escuchaba gritar de desesperación por el fuego que las consumía y les respondía «aguántense»? ¿Qué se removía en las entrañas de los/as monitores/as que durante meses las vejaron y humillaron? ¿Por qué todos ellos se negaron a que los bomberos las auxiliaran y aplacaran el incendio?

¿De qué está hecha la conciencia de los/as funcionarios/as que convirtieron -o permitieron que se convirtiera- un centro de protección a la niñez en un sitio de tortura y de aquellos que lucraron con el negocio de trata de personas que allí se gestaba? ¿Qué pasa por la mente del presidente Jimmy Morales cuando evade las preguntas de la prensa nacional e internacional y adopta una actitud negacionista frente al hecho? ¿Qué piensan de esta masacre los miembros del gobierno actual que se han dedicado a garantizarse impunidad y saquear las arcas de un Estado -de por sí raquítico- anulando su capacidad de acción después de una de las mayores crisis políticas del período democrático en 2015?

«¿Qué nos habita para ser capaces de cometer y permitir estos horrores?»

Me invaden más preguntas: ¿Cuál es el razonamiento de una de las élites económicas más voraces y conservadoras de América Latina -quizá del mundo-, que han amasado buena parte de sus fortunas a punta de trabajo cuasi-esclavo y negocios opacos con el Estado, cuando se niegan a pagar impuestos y, a un día de la tragedia, se recetan privilegios fiscales en el congreso? ¿Qué llevamos por dentro los/as guatemaltecos/as cuando justificamos las muertes de estas niñas? (sí, mucha gente en el país ha reaccionado de este modo).

Podría responderme y decir que todo esto se explica por el racismo, el clasismo y la misoginia que constituyen nuestra conciencia colectiva, nuestro ser social profundo. Pero eso sigue siendo muy abstracto. Todas esas categorías se traducen en odio. Odio al otro, al que ni siquiera conozco y por el cual no tengo ningún interés. Odio a mí mismo/a, a mi color de piel, a mi origen, a mi cuerpo, a mi existencia. Un odio que nos consume por dentro y nos mata, nos empuja a matarnos unos a otros.

Para que estos horrores no se repitan -y vaya que en Guatemala como en otros lugares se siguen repitiendo todos los días-, algo tendría que cambiar. Sí, las instituciones y la política tienen que cambiar, pero estas las hacemos personas concretas. Tendríamos que cambiar nosotros/as, nuestra mirada del mundo, nuestros valores y creencias, aquello que nos habita la mente y el corazón.

Desearía pensar que somos capaces de deponer esta carrera brutal por la acumulación y la dominación -que están a la base de estas violencias que vivimos y observamos- y poner en el centro la vida digna.

 

(Fecha de publicación 21032017) con informacion de HuffPost México

 

 

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