No solo café. ¿Regresaremos al 100?
HERMOSILLO, SONORA.MX. AZALEA LIZÁRRAGA C. — Grandes son los compromisos que la gobernadora Claudia Pavlovich se ha echado a cuestas para lograr recuperar la dignidad de nuestras escuelas y beneficiar a los estudiantes de los niveles educativos obligatorios.
La promesa es que para el próximo ciclo escolar mejore la educación y su entorno en todos los niveles de escolaridad; que regresemos a la calidad y mística educativa a la que estábamos acostumbrados los sonorenses.
Y tanto el titular de la SEC, Ernesto de Lucas Hopkins, como la gobernadora, creen que esto será posible a través de la implementación de diversos programas que beneficiarán a miles de estudiantes en todo el estado, como son el de Mesabancos al 100 (se han entregado ya 9 mil); Uniformes al 100 (adquisición de los mismos ya en marcha); Ver Bien para Aprender Mejor (entrega de lentes a estudiantes de primaria y secundaria con deficiencia visual); Escuelas al 100 (se han rehabilitado ya 595 escuelas); Útiles Escolares para Todos (se han entregado 6 mil paquetes de útiles escolares para niños de primaria y secundaria en 45 municipios marginados, 577 localidades y 858 escuelas beneficiadas); Libros de Texto (3 millones 590 mil 280 libros de texto gratuitos para alumnos de educación básica y grupos indígenas); así como la regularización del Programa de Becas Sonora, entre otros programas no menos importantes.
“Aquí están los uniformes escolares, están los mesabancos, las sillas, la becas que son tan importantes; los lentes que a pesar de que digan que no son necesarios, es importante poner atención que los niños puedan ver bien; estamos tomando en cuenta todas las aristas que pueden mejorar que todos tengan una educación de calidad”, ha dicho reiteradamente la gobernadora. Y nadie en su sano juicio cuestionaría las bondades de un programa así.
¿Quién de los cincuentones y más no recuerda con nostalgia y hasta con alegría sus años mozos como escolapio de primaria?
De la Leona Vicario recuerdo sus amplios mesabancos de madera en los que levantando la tapa, podíamos guardar los cuadernos, libros y útiles escolares que no llevaríamos a casa –ni mochilas usábamos-, además de ser el espacio ideal para esconder de los “pidiches” los tarros de chile colorado con limón que junto con los membrillos y naranjas constituían el menú para degustar en el recreo. Mesabancos cuyas tapas guardaban el recuerdo de muchas generaciones que en ellas habían tallado su nombre para la posteridad, y uno que otro corazón con las letras engarzadas preludio de amores precoces, sin faltar una que otra “mala palabra” que al final de cada año los maestros nos hacían tallar hasta casi borrarla.
Con el correr de los tiempos, los viejos mesabancos de madera dieron paso a los de plástico, aluminio y de paleta, dicen que son más ergonómicos y funcionales, además de que al ponerse de moda las mochilas ya nadie dejaba sus libros en la escuela; pero cosa curiosa, hoy vemos también más niños con problemas de espalda.
O ¿será porque en la modernidad que trajo la desaparición de las escuelas de tiempo completo, o para ofrecer dos turnos ante la escasez de espacios educativos, los maestros dejaron de revisar los trabajos realizados en el día? Vieja práctica magisterial que detectaba las fallas escolares y exigía la presencia del padre de familia para trazar cursos de acción para beneficio del niño o niña. Vaya usted a saber.
Eran los tiempos en que los padres de familia eran pilar fundamental en muchos aspectos del devenir escolar.
En el pasado reciente, el papel de los padres de familia se fue debilitando y dejando de lado; los gobiernos fueron pichicateando los apoyos para el equipamiento y conservación de las escuelas del barrio, y la infraestructura se fue demeritando. Inconcebible siquiera imaginar que un niño no contara con mesabanco para sentarse, o baños adecuados para sus necesidades fisiológicas. Hoy parecieran ser el común denominador.
¿Recuerda usted aquellos grandes pizarrones verdes en los que la maestra escribía con gis blanco y letra grande y cursiva, la tarea que debíamos copiar fielmente y que todos ansiábamos ser elegidos para borrar al final del día? Especímenes del pasado de los que solo quedan unos cuantos en comunidades marginadas, pues dieron paso a los pintarrones y equipamiento vario que la tecnología ofrece en estos tiempos.
De esa época viene también a nuestra mente el compañero “cuatro ojos” motivo de nuestras burlas infantiles, o la niña regordeta que prefería sentarse en primera fila y hacer los ojitos pipisques para lograr leer en el pizarrón lo que estaba escrito –cualquier pirueta era preferible a admitir que uno era miope-, no vaya siendo que la maestra avisara a nuestros padres de nuestra falta de agudeza visual y ser sujetes cautivos de la carrilla de tener que usarlos.
Hoy en día es hasta “cool” traer lentes o pupilentes, mientras más coloridos mejor, que se noten. Y vemos que un mayor porcentaje de niños y niñas requieren de ellos, producto tal vez de las malas prácticas de lectura o el excesivo uso de dispositivos electrónicos desde temprana edad, sin la correcta supervisión de los padres de familia que por tener que trabajar se alejan del hogar y confían el cuidado de sus hijos a la televisión, la computadora o los videojuegos. Preferible eso que dejarlos andar en la calle, con la inseguridad de hoy en día. No extrañe entonces la creciente problemática asociada a la visión y las buenas prácticas de estudio.
Dos mundos que separa la brecha generacional, pero con las mismas necesidades del niño y el adolecente de sentirse integrante de un entorno escolar que fomente la sana convivencia y la igualdad de condiciones, cuando menos en el estudio.
Si los programas de gobierno, sean estatales o federales, no logran apoyar y cubrir esta fase de nuestra vida, todo lo demás que logren realizar o construir, por más espectacular que sea, sale sobrando. ¿No lo cree usted así?
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@Lourdesazalea