NOTAS SUELTAS. Las nuevas batallas
HERMOSILLO, SONORA, MX. — Cada época ha dado a quienes buscan imponer su propia “narrativa” a los demás nuevos y no tan nuevos mecanismos de chinchar al oponente. Las guerras de rumores, infundios, chismes y delaciones; escándalos privados convertidos en públicos, intrigas palaciegas o de campanario; control, de la prensa que de vendida pasa al nivel de casa de citas y voyerismo informativo; proclamación de verdades absolutas en fuentes de credibilidad relativa, para desembocar en las argucias del leguleyo en la nueva cloaca mediática llamada guerra legal, o lawfare.
Solicitudes de amparo, promoción de controversias constitucionales, denuncias ante instancias jurisdiccionales, parafernalia legaloide que desemboca en la suspensión de actividades en ámbitos legalmente impedidos para hacerlo, marchas, mítines y plantones de fuerte tufo circense y declaraciones tronantes en entrevistas a pie de calle o en estudios de televisión amigables con las causas de la oposición disfrazada de justiciera y democrática.
Las fuerzas del mal, de la gente fea que ha renunciado a su civilidad en aras de un cambio utópico y desarrapado, de ese horrible populismo que pretende expresar los deseos del pueblo que decide y elige a sus representantes con la premisa de que la soberanía debe estar en manos de ignorantes, anarquistas y populistas, debe enfrentar la sabiduría de los menos, de los unos-cuantos que poseen el conocimiento de las leyes, del orden constitucional, del don de la interpretación correcta, única e irrebatible de la verdad jurídica porque ¿cómo dejar en manos de la chusma la elección de jueces, magistrados y ministros?
Así pues, cuando la democracia se vuelve un movimiento real, que viene de las entrañas del pueblo, suenan las alarmas y se enciende la chispa de las novedades combativas del sistema. Igual ocurre cuando la verdad asoma la cabeza entre el follaje de las conveniencias, complicidades y perversiones del poder.
Es más que evidente que las transformaciones sociales pasan por el filtro de la mercadotecnia, se analizan como posibles amenazas y se combaten con acciones de contención política, económica, mediática y militar. Es claro que el capital se camufla de revolucionario y se pinta de colores cuando así se lo exigen las circunstancias, y que despliega el encantamiento de los derechos humanos cuando carga sus baterías para el momento oportuno de cambiar mensajes pacifistas por balas.
Las nuevas batallas se libran en los escenarios de la ideología, de los nuevos conceptos con que se maquilla la verdad para deformarla, transformarla o sustituirla a conveniencia de la agenda en curso. Se cambia la verdad por la posverdad, la realidad por la percepción subjetiva de la identidad; del hecho y su contexto pasamos a la narrativa intencionada, del hecho biológico a la quimera, del genocidio a la defensa de la patria y la supervivencia de un pueblo.
Las acusaciones de “conducta sexual inapropiada” contra Karim Khan, juez de la Corte Penal Internacional que acusó de crímenes de guerra al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y a su jefe de defensa, huelen a lawfare porque, ¿cómo tocar al representante de un país llamando genocidio a la legítima defensa contra la barbarie palestina? (La Jornada, 11-11-2024)
Cualquiera sabe de la peligrosidad de los palos, piedras y resorteras en manos palestinas frente a la inocuidad de los misiles, bombas, balas y drones de Israel.
En otro escenario, las frases y conceptos de alto grado de legítima emotividad como democracia, derechos humanos, derechos laborales, equidad, diversidad e inclusión, pasan a formar parte del arsenal de los combatientes por las nuevas libertades en la ola internacional de la autocomplacencia que pasa por corrección política.
Pero las nuevas armas disponibles no serían eficaces sin el elemento emocional que las lubrique y justifique, les de rumbo y dirección, credibilidad y poder. El “libre desarrollo de la personalidad” cubre cualquier déficit en la cuenta corriente del aspiracionista, cualquier objeción legal, cualquier fisura en la legitimidad del reclamo, que pasa por demanda social sentida e imperativa que impregna de subjetividad el juicio antes objetivo de los juzgadores y da ritmo y prioridades al aparato judicial.
En México, como en otras latitudes, vemos cómo la supremacía constitucional se tiene que defender contra los representantes del Poder Judicial, empeñados en litigar contra la propia constitución en aras de defender su coto de poder extendido ilegalmente.
Ahora, si la ley no se respeta, se opta por reforzarla con redundancias, en vez de defenderla y aplicarla. La constitución es el actual escenario de las repeticiones, los desacatos y los excesos. Los estragos de una mala lectura y una interpretación facciosa de la ley suprema dan como resultado la debilitación del marco normativo que nos rige, por eso las reiteraciones innecesarias en el texto: en vez de aplicarla tal cual se opta por reformarla.
La ley como garrote de unos contra otros lleva al exceso de desconfiar de las interpretaciones legales y engrosas, desdibujando la letra cuando el espíritu de la ley ha sido exorcizado por la corrupción y el sectarismo. La guerra legal pervierte al derecho y pisotea la justicia. Estamos mal, y lo sabemos, aunque cualquier aberración puede pasar a nombre de la inclusión y la democracia.
En este marco, la nueva normalidad ideológica, política y legal puede escribirse con los giros incluyentes que visibilizan la obviedad, que resaltan lo que ya existe pero que el sectarismo se empeña en ocultar. La existencia de las cosas no depende de que se las nombre, sino de la conciencia de la realidad que tengamos como actores de la historia.
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Fecha de publicación viernes 22 de noviembre de 2024 /