NOTAS SUELTAS. Nuestro síndrome de Estocolmo
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“Que no sea de otro quien puede ser dueño de sí mismo” (Paracelso).
HERMOSILLO, SONORA, MX. — Hay algunos padecimientos pasan de lo individual a la esfera de lo público, con acento en lo político y lo gubernamental. Algo así como si un cáncer pulmonar brincara a una población entera en calidad de epidemia, multiplicando sus estragos al pasar a ser un padecimiento social.
Sucede que nos acostumbramos a ver al extranjero, si viene del norte, como una superespecie, una raza bendecida por las virtudes y cualidades que nosotros, típicos representantes del sur global por ser subdesarrollados, morenos y medio pendejos, difícilmente llegaremos a alcanzar.
Consideramos que la mejor economía, cocina, ética, ciencia y educación vienen de “allá”, por lo que resulta natural que el cine, la televisión, la moral y la eficiencia gubernamental sean calificados como mejores, y que se contraste el éxito foráneo con el pinchurriento logro local.
En este contexto, la locomotora económica y política que nos mueve debe estar en el patio de maniobras del vecino, aunque las vías que recorra estén en nuestro territorio y más allá.
Somos imitadores en grado de babeo voluntario de las maravillas ajenas, tomamos las poses, los dichos y expresiones del objeto de nuestra veneración como de observancia obligatoria; buscamos actualizar las normas jurídicas y las políticas públicas según el manual que nos muestra la USAID, el Departamento de Estado, y seguimos como acólitos aspiracionistas el guion de las fobias y gustos del vecino. Sudamos calenturas ajenas como deber sagrado de solidaridad e incluso pertenencia.
En esta lógica, aceptamos el T-MEC y, aunque a veces a regañadientes, las reglas que impone, en espera que “de arriba” nos manden una actualización que haga grande América de nuevo y que reafirme nuestra calidad de patio trasero del Imperio.
Por ello, nos convertimos en la mosca que, posada en alguna parte de la anatomía del troglodita norteño, siente que también sostiene el garrote con el que se amenaza al resto del mundo, porque “debemos estar unidos para competir con Asia”.
Parece que vamos al baile del libre comercio luciendo con orgullo la camisa de fuerza que nos regaló el vecino, aunque para efectos mediáticos señalemos que las costuras de los aranceles nos resultan molestas, pero que al final deberemos trabajar unidos por el éxito del bloque. Al parecer, por libre comercio se entiende la relación que pasa por el filtro de EUA y opera según las reglas que le salen de los cojones.
Con base en lo anterior, se puede afirmar que la idea clásica del libre comercio desapareció junto con la capacidad de las naciones de producir y comerciar sus excedentes, comprar lo necesario y optar por las ofertas de cantidad, calidad y precio más convenientes a sus intereses. Lo demás es el gusto adquirido de conservar un lugar inferior en el gallinero, donde las gallinas de arriba hacen… lo que a su naturaleza corresponde.
Loa lluvia de bendiciones económicas y políticas que recibe México al estar abajo en el gallinero del Tío Sam se traducen en una cada vez más clara injerencia en los asuntos internos de la nación, sea mediante la presión mediática que supone la andanada de notas y reportes que nos colocan como los malos y viciosos de la película, o como los incontinentes que cuando participan evacuan su incapacidad gubernamental ante los retos que el norte inventa en forma de tráfico de drogas, sanciones, imposición de reglas y disposición de nuestros recursos.
Así las cosas, defender a “América” frente a la competencia asiática resulta una broma digna de mejor escenario, de cara al avance del multilateralismo o, si se quiere, de los países con autoestima que pugnan por salir de la órbita del dólar y su enorme caudal de insidia, abuso, opresión y manipulación del derecho internacional que lo deforma y nulifica al financiar actos de terrorismo y desestabilización de países soberanos.
El síndrome de Estocolmo que padecemos es un problema incrementado por el enfoque neoliberal y su narrativa económica, política y cultural, misma que postula la subordinación como condición de coexistencia pacífica, y la transculturación a costa de la identidad nacional y del absurdo como doctrina moral.
La defensa de la unipolaridad capitaneada por Estados Unidos reduce al absurdo la historia, los valores y costumbres de los pueblos, en una humillante y grotesca parodia de la democracia y la libertad de comercio. México debe sacarse de una vez por todas la cabeza del trasero y emprender su propio camino hacia el progreso.
Tratar de convencer al vecino abusivo de respetar nuestro espacio mediante la ridícula rutina de darle explicaciones, es tanto como reconocer que estamos en la parte baja del gallinero y a expensas del esfínter de las de arriba.
Es tiempo de que abandonemos la defensa del opresor, de que cambiemos de lugar y nos libremos de nuestro síndrome de Estocolmo, mirando al sur y al oriente, por una elemental defensa de nuestra integridad y futuro nacional, sin rollos demagógicos y patrioteros.
En otro asunto, Trump rebautiza al golfo de México y lo nombra “de América”. ¿El nombre le da existencia, o es una mera payasada que ignora la historia y la geografía continental? ¿Es una burda imposición política, desde la altura del poder presidencial? Pues un cuerno.
http://jdarredondo.blogspot.com
Fecha de publicación lunes 17 de febrero de 2025 /