NOTAS SUELTAS. Cada cual su tiempo
“¡Oh tiempos, oh costumbres!” (Marco Tulio Cicerón).
“Sabia virtud de conocer el tiempo…” dijo el escritor Renato Leduc a propósito de la fugacidad de la vida y lo poco que la aprovechamos. El tiempo pasa y nos quedamos tan campantes con un envejecimiento explicable pero poco asimilable para la mayoría de nosotros.
En el camino de la vida se estudia, se logra un empleo y podemos observar que en algunos sindicatos los derechos de los pensionados y jubilados se sujetan a reglas que, con frecuencia, se alejan de la supuesta igualdad e inclusión que se presume en sus estatutos.
Es fácil decir, por ejemplo, “ustedes son los fundadores del sindicalismo combativo e independiente que tenemos, son los pioneros de las luchas por bla, bla, bla…” Pero, una vez vueltos a la realidad cotidiana, a la hora de los reclamos por parte de los “fundadores” la respuesta que no falla es “ustedes no son activos, por lo tanto…”
Así, se pasa de las palabras a los hechos y el jubilado pasa a ser mandado a chiflar a su máuser y descubrir que, aparentemente, la inclusión e igualdad sindical sólo funciona ¡entre activos!
¿Disonancia cognitiva? ¿Discriminación generacional? ¿Hipocresía institucionalizada? Vaya usted a saber. La realidad es que el tiempo de unos no es igual al tiempo de otros. La diferencia radica en la posición de poder y capacidad de gestión que se tiene desde la posición de activo enchufado a las políticas institucionales y metido en la carrera meritocrática, que supone recorrer los tramos de una escalera diseñada por la parte patronal para dar sentido a los esfuerzos de los trabajadores y generar autoestima, dentro de los límites de la capacidad presupuestal de la institución.
Así, pues, los estímulos, reconocimientos y recompensas son mecanismos que condicionan la idea del empleado sobre sí mismo y la autoridad patronal. El dar y recibir se ampara en el contrato de trabajo donde la representación sindical negocia su legitimidad de la mano del patrón, y emplea los mecanismos de persuasión convenientes para que la explotación laboral siga gozando de cabal salud.
En este marco, el emplazamiento a huelga, el pliego petitorio, la negociación contractual o salarial, los acuerdos y la firma de las nuevas condiciones acusan legalidad, entendimiento y madurez obrero-patronal, mientras que el sistema como tal sigue cobrando las víctimas de siempre…
Los trabajadores viejos en su momento se retiran, pasan a “mejor vida” por vía de la jubilación o la pensión, llegando a celebrar la libertad por la que trabajaron durante 30 años o poco más, y salen con la esperanza de unos años por delante sin horarios, sin exigencias, sin las presiones de cuotas de producción, cumplimiento de disposiciones administrativas, reportes, informes de trabajo y menudencias burocráticas propias del control que la patronal ejerce sobre el empleado.
El trabajador retirado se puede levantar a la hora que quiera, tomar café sin prisas, pasear y divagar como turista por la ciudad, el barrio o al menos por su casa hasta que la enfermedad, el alza de los precios de las subsistencias, las exigencias familiares o la precariedad de sus ingresos pensionarios revelan su carácter de material desechable.
Descubre que su organización sindical ni lo ve ni lo escucha, que la institución por la que deslomó por décadas no lo reconoce, que sus asideros institucionales se esfumaron junto con su capacidad de seguir siendo útil a los fines económicos o políticos de su referente laboral, empresa o sindicato. Sus ingresos y su vida se congelan y deterioran.
La idea de una vejez digna va dando tumbos en los baches económicos y utilitarios de los sindicatos, de las empresas, de las instituciones como las universidades, que viven de propagar ideas que no necesariamente quieren o pueden practicar.
Si en el actual sistema económico y político la dignidad de la vejez y, en general de la vida humana, no se respetan, ¿por qué los trabajadores en general y los retirados en particular no protestan, no señalan ni denuncian lo suficiente? ¿Por qué siguen tolerando pasivamente el sistema que los enajena, manipula, explota y deshumaniza?
Si el tiempo es el factor que relativiza las cosas, ¿la muerte resuelve las diferencias que genera y subraya el sistema que basa su éxito en la explotación y la discriminación?
¿La política institucional y el discurso sindical son las pinzas en las que se encuentra atrapado el trabajador activo y retirado? De ser así, el sindicalismo que se mueve en las coordenadas del sistema y no en función de la defensa de los derechos y expectativas de los trabajadores es una farsa que se escenifica en las asambleas, en las mesas de negociación, en los discursos y prácticas de la llamada “democracia sindical”.
Así, la crítica y autocrítica que ejerce el sindicalismo coloquialmente llamado charro es tan demagógica como el reconocimiento ceremonial a los viejos trabajadores. Si en el estatuto sindical se reconocen plenos derechos a los jubilados y pensionados, resulta risible que en la práctica se diga y se haga exactamente lo contrario; algo así como “el estatuto dice esto, pero la administración y el contrato de trabajo dicen aquello”. La congruencia en el discurso y la práctica de charrismo sindical corren por distinto carril, como líneas paralelas que van juntas pero que jamás se tocan.
Y no, la culpa no es del actual gobierno de México, sino del sistema que algunos critican pero que nadie, o casi nadie, se propone cambiar. La congruencia no es lo que distingue a quienes pueden ejercer la crítica, pero no la acción correctiva. Aquí, gana lo “políticamente correcto” y el arte de esconder la basura bajo la alfombra, tal como hace el sistema cuando desecha a sus víctimas. Pero, en fin, cada cual su tiempo.
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Fecha de publicación 31 /ENERO/2023 / DARIO ARREDONDO LÓPEZ)