NOTAS SUELTAS. Sociedad enferma
“La mayor de las locuras es sacrificar la salud por cualquier otro tipo de felicidad” (Arthur Schopenhauer).
Es triste saber que hay muertes de personas vecinas, con nombres y apellidos conocidos, de miembros de esas a veces largas y complicadas redes de familiares y amigos que sabemos tejer los sonorenses y, en general, los mexicanos. Pero es más triste entender que el apellido, el nombre y el rostro son apenas el marco en el que resalta estelarmente otro personaje: el virus de moda, SARS-CoV-2.
La persona, el individuo, el sujeto, el ciudadano son los portadores, los vehículos del contagio, el simple transporte de su majestad el virus que viaja en camión, carro, a pie, con el objetivo claro y preciso de afectarlo a usted y a sus más próximos, y el resultado del viaje del coronavirus es una cifra, un número en la estadística de la pandemia que ahora sube para después estabilizarse y empezar a bajar, dejando a su paso discursos, advertencias, medidas de prevención, de “sanitización” (suena más importante que desinfección), de aislamiento, de contención semaforizada que huele a película futurista y a tiempo deshilachado.
“Una anciana de 90 años sobrevivió a Covid-19”, “un hombre de 40 se recupera tras larga lucha hospitalaria …”, donde el contagio y la leyenda que se teje en torno a estos y otros casos alcanza las páginas de periódicos y revistas, así como medios digitales, frente a las acojonantes cifras de los contagiados y los fallecidos que, siendo las más publicitadas, restan importancia al no menos importante número de los recuperados.
Se ha visto que la mediana de las edades de casos confirmados es de 46 años, mientras que la de las muertes es de 59 años, en ambos casos más del 50 por ciento son hombres.
Se pude preguntar, ¿el microbio se focaliza principalmente en personas económicamente activas? Es lo que tenemos en la estadística, pero ¿sirve de mecanismo de depuración social en términos de generaciones? Pudiera suponerse por el número y las edades de los enfermos que fallecen. Los de mayor edad generalmente tienen el sistema inmunológico menos fuerte que los más jóvenes, aunque es fácil sucumbir al contagio cuando existen enfermedades como la obesidad, diabetes, hipertensión y tabaquismo, y cabe recordar que el virus no distingue edades.
Asimismo, ¿el virus ataca más a hombres que a mujeres? Parece que sí, quizá porque a los varones les resulta estadísticamente más problemático quedarse en casa que a las mujeres, por el rol social y económico que deben cumplir mayoritariamente.
En Sonora el azoro de las autoridades se convierte en protagonismo, en acto histriónico cuyo guion esencial es la prohibición y la obligación: toque de queda parcial, uso masivo de cubrebocas, filtros “sanitarios”, inquisición policial, cuyo telón de fondo es la ignorancia y el desprecio tanto por la ciencia como por los derechos humanos.
Existen estudios incipientes sobre la naturaleza del nuevo coronavirus y el porqué de su contagiosidad en comparación con otros que también atacan las vías respiratorias, encontrando cosas curiosas por no decir extrañas en su estructura genética.
Tal es el caso de las consideraciones que hace el profesor Luc Montagnier (https://youtu.be/XCZTH6RxVF0), uno de los descubridores del VIH y premio nobel de medicina, o las serias acusaciones que hace la doctora Judy Mikovits (https://youtu.be/wSjfP00LRj8), en el sentido de que este virus no puede haber sido producto de la evolución y adaptación natural, sino que probablemente le “ayudaron” mediante ingeniería genética en laboratorio; es decir, a un virus existente se le hacen las “mejoras” necesarias para aumentar su contagiosidad logrando en poco tiempo la mutación que la naturaleza hubiera logrado quizá en 800, mil o más años.
Por supuesto que, cuando el panorama no es claro, se puede caer en la espiral de la conspiranoia que incluye la investigación militar sobre armas biológicas; pero lo cierto es que la industria químico-farmacéutica, principalmente la desarrollada en EEUU, Alemania o Suiza, ha ofrecido suficientes muestras de opacidad y prácticas corruptas y es un hecho documentado que la salud de sus consumidores no necesariamente es su prioridad, como lo detalla la investigación el doctor Peter C. Gotzsche, “Medicamentos que matan y crimen organizado” (edit. Los libros del lince, Barcelona, 2014).
Ahora bien, si la sociedad de mercado está tan enferma como para destruir las defensas naturales del planeta y sus habitantes, creando las condiciones de vulnerabilidad necesarias para que los virus, naturales o manipulados, potencien su peligrosidad y amplíen sus efectos con tal de aumentar el poder y la riqueza de algunas industrias como la farmacéutica, entonces la epidemia es una consecuencia de nuestra idea de éxito, así que debemos replantear el modelo económico, de salud y de educación por el bien de la vida y la protección del ambiente.
En este punto, es importante propiciar el análisis crítico de lo hecho y por hacer respecto a la pandemia que, como tal, no se puede detener, debiendo quedar claro que el problema no se resuelve con exhibicionismo, politiquería, prohibiciones o limitaciones sino con trabajo científico e información clara y accesible para la población, además de contar con la infraestructura y el equipo de salud necesarios para la atención de los contagios en este y cualquier otro caso.
La pandemia nos pone frente a un sistema nacional de salud con cuatro décadas de descuido y abandono, que ha sido ventana de oportunidades para negocios privados y que debe ser sustituido por un modelo de medicina social con un potente enfoque preventivo, lo cual resulta fundamental en un país y región donde la comida industrializada suple a los alimentos naturales.
Las prioridades del sistema económico global, la mala alimentación y la pésima gestión ambiental nos arrojan importantes causas de morbilidad y mortalidad porque afectan el buen funcionamiento del sistema inmunológico y, eventualmente, nos hacen formar parte de la estadística del coronavirus en su versión SARS-CoV-2. ¿Seguiremos apostando al mercado y alimentándonos de pánico y chatarra? Usted dirá.
Correo Darío Arredondo López [email protected]